Para el abuelito de 65 años que camina por las calles de la Colonia Melitón Salazar, las mañanas suelen ser iguales: el calor temprano, el estómago vacío y la incertidumbre de si hoy podrá llevarse algo a la boca…. Pero hoy fue distinto…
Estaba sentado a la sombra de una pared, donde suele descansar. No pedía, no hablaba mucho, solo observaba el ir y venir de los demás. De pronto, una patrulla se detuvo. No con prisa, no con alarma.
Bajó un elemento de seguridad. No venía a preguntar, ni a interrogar, sino venía con algo en las manos: una bolsa pequeña con algunos víveres, una torta envuelta con cuidado, y lo más importante, una mirada que no juzgaba.
—“Esto es para usted, buen día”, le dijo el oficial, con una voz serena.
El abuelito no supo qué decir. Hacía mucho que alguien no se detenía. Mucho más que alguien no lo llamaba con respeto. Recibió la despensa como quien recibe un abrazo y se comió la torta con calma, como si cada bocado fuera un momento de paz.
Ese día no cambió el mundo, pero sí cambió su día.
No se sabe el nombre del oficial, solo el recuerdo de un gesto que vale más que mil palabras. Porque en una ciudad que a veces corre sin mirar, un solo acto de humanidad puede ser suficiente para que un abuelito no se sienta invisible.