[vc_row][vc_column][vc_column_text]#mimaridoyucateco no conocía ni había visitado nunca un cementerio que no sea el de su tierra. O sea que para él las tumbas y las bóvedas eran bajitas, de colores pasteles, con angelitos guardianes con caras de bonachones y decoradas con flores y veladoras coloridas. A esto hay que agregarle un ingrediente importante: en el cementerio de la ciudad donde vive #mimaridoyucateco: las tumbas de colores pasteles siempre brillan bajo un sol abrasador.
Pero un día #mimaridoyucateco se subió a un avión y cruzó Centroamérica y toda Sudamérica para llegar hasta el fin del mundo. O casi. Llegó a Buenos Aires a fines de marzo de 2000, así que en abril ya empezaban los primeros días de frío y las horas más cortas de sol. Y como Buenos Aires es una linda ciudad turística, a su mujer sudaca –o sea yo- se le ocurrió que una visita al famoso Cementerio de Recoleta, llena de muertos próceres y famosos, era un paseo ideal para un día nublado de otoño.
¿Se acuerdan de Demian cuando era chiquito y en la película “The Omen” (La Profecía) intentaron llevarlo a una iglesia? El cielo se puso negro, comenzó una música aterradora y el chamaquito empezó a gritar como loco y a arañar a su madre y a su padre… Tanto, tanto que tuvieron que alejarse de la iglesia.
Bueno, no es que #mimaridoyucateco tuviera al diablo adentro como Demian, pero él sintió más o menos lo mismo que el chiquito de The Omen cuando llegó al cementerio de Recoleta, bajo un cielo encapotado. Literalmente quería salir corriendo del lugar. La diferencia es que #mimaridoyucateco no podía berrear como Demian para que no entráramos y tampoco nunca me dijo que el lugar le daba tanto miedo.
Porque el cementerio sudaca dista muchísimo del cementerio al que él estaba y está acostumbrado. Su visión de la muerte es diametralmente opuesta a la mía. En mi tierra los cementerios dan miedo: las tumbas son tétricas, no hay colores pasteles, sólo piedra mohosa, antes blanca y ahora gris o negra. Los muertos están también en nichos y muchos en bóvedas donde uno se asoma y puede ver los ataúdes. Las cúpulas de las bóvedas están adornadas con gárgolas que “protegen” a los muertos de… ¿Los vivos o de los otros muertos?, siempre me pregunté eso, desde niña.
Después de visitar el Cementerio de Recoleta, un día lo llevé también al Cementerio de Mercedes, mi ciudad natal, donde están mis seres queridos muertos. No es que me divirtiera verlo asustado y angustiado, pero ese día fuimos para una misa o un aniversario luctuoso, no recuerdo exactamente.
El paseo también lo aterró al pobre yucateco y a mí me hizo recordar mi infancia, cuando falleció mi abuelo materno Carlos. Yo tenía ocho años, mi hermana Sole cinco años y desde el día que murió, nos llevaron al cementerio a visitarlo cada domingo durante años. No faltamos un día.
Ahora que lo pienso, era una situación rara. Mientras mi mamá y mi abuela limpiaban los nichos familiares (era como una bóveda abierta), con mi hermana jugábamos a las escondidas entre las tumbas y las bóvedas, o nos peleábamos para llenar de agua los floreros que mi mamá rebosaba de flores cada semana.
Sin embargo un día crecimos y el juego se terminó. Yo tendría 13 años y ya no quería ir al cementerio, pero me llevaban igual. Ese día fui a lavar los floreros y me llamó la atención una bóveda que siempre veía, con sus gárgolas custodiando la puerta. Había una corona de flores nuevas en la entrada. Me acerqué sigilosamente (probablemente para no despertar a los muertos) y vi un cajón nuevo. Era el cajón de un niño como de mi edad. Ese día crecí de golpe y ya no volví al cementerio durante años.
Y esa es la impresión que tengo de los difuntos y de la muerte, así me enseñaron y así crecí. Los argentinos no hacemos altares, ni comemos pib ni pan de muertos. En algunas partes del norte de Argentina sí celebran a los muertos con algunas costumbres similares a las de México, pero del centro del país para abajo ya no. Por eso, vivir acá y ver las tradiciones sincréticas que involucran a grandes y chicos me emociona. Porque aquí la muerte no es la nada misma, es un irse para quedarse, es regresar cada año a compartir, es color, incienso, flores y, sobre todo, una forma que tienen los muertos de juntar a los vivos.
Y como somos una familia sincrética, ahora les toca a nuestros hijos vestirse de mestizos y armar altares, visitar con su mamá el Cementerio General para hacer una crónica del Paseo de las Ánimas y, sobre todo, perderle el miedo a la muerte.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]