Don Luis, un hombre de 73 años, estaba sentado en la acera cuando elementos de la Secretaría de Seguridad Pública lo vieron durante su recorrido de vigilancia. Solo, sin alimento ni agua, y con el peso de una jornada difícil sobre los hombros, aceptó la ayuda que no esperaba, pero que necesitaba.
Al acercarse para preguntarle si se sentía bien, el adulto mayor les confesó que no había podido desayunar, ya que no encontró suficiente material reciclable para vender. Sin pensarlo dos veces, los agentes le ofrecieron comida y un refresco. Don Luis los aceptó con humildad y agradecimiento.
“Gracias por el apoyo”, les dijo, antes de regalarles algo que no se olvida fácilmente: una sonrisa sincera. Una de esas que, según compartieron los policías, les recuerda por qué eligieron servir.
Historias como la de Don Luis ponen rostro humano a la labor diaria de quienes patrullan nuestras calles. Porque a veces, proteger también significa detenerse, mirar con empatía y compartir lo poco que se tiene con quien más lo necesita.