Por Adolfo Calderón Sabido.
Ruth todavía no ha tenido tiempo de procesarlo todo. Nadie lo tendría. Diez minutos de terror absoluto, donde un extranjero español la amenazó, la violentó, la sometió a un juego psicológico cruel, lanzándole preguntas como quien juega con su presa antes del golpe final. Diez minutos que parecieron una eternidad.
Y después, menos de un minuto para la disculpa. Sesenta segundos que la justicia mexicana consideró suficientes para equilibrar la balanza.
No importa que Ruth pidiera que el caso fuera tipificado como violencia de género y se lo negaran. No importa que las medidas de control contra su agresor fueran reducidas a la mitad de lo solicitado. No importa que ocho mil pesos y una disculpa obligada sean el precio de la impunidad.
Al final, ella solo quería una cosa: ser la última mujer agredida por este extranjero.
No sabe si lo consiguió.
El infierno legal para la víctima, la vía rápida para el agresor
Si el ataque no fue suficiente, el proceso judicial fue una segunda agresión.
El agresor tuvo abogados, su trámite avanzó con rapidez, su sentencia fue casi un trámite. Para él, seis meses de firma, ocho mil pesos y listo. Si cumple con esos requisitos mínimos, nadie lo podrá llamar culpable.
Pero para Ruth, el procedimiento fue largo, engorroso y extenuante. Ella fue quien tuvo que revivir cada detalle, quien tuvo que justificar su miedo, quien tuvo que probar lo que ya era evidente. Porque en el México de hoy, las víctimas cargan con la burocracia y los agresores con la indulgencia.
¿Qué mensaje envía la justicia con este caso?
Que ser extranjero en México te otorga un pase especial, un descuento en la ley. Que agredir a una mujer no es tan grave si puedes pagar una multa. Que las disculpas se dan en un minuto, pero el miedo se queda para siempre.
El privilegio de la impunidad
Joan Serra Montegut, europeo, solo tiene que firmar papeles, entregar dinero y fingir que se arrepiente.
Y cuando termine sus seis meses de trámite, será un hombre limpio ante la ley. Libre para repetir la historia. Libre para que otra mujer tenga que preguntarse si será la última.
Porque esta no es una historia aislada. Es la historia de un país que ha decidido que hay mexicanos de segunda y extranjeros de primera.