Mirada Azul/Columna
Por: René Duperón
El pueblo mexicano es un pueblo profundamente religioso, independientemente del credo que se trate. Culturalmente el mexicano necesita creer en algo, y eso existe desde los tiempos prehispánicos, desde los tiempos inmemoriables.
Esa religiosidad se reforzó con la llegada del catolicismo español, en un sincretismo que permitió el nacimiento de una de las culturas más atrayentes en el mundo: la cultura mexicana, con todos sus matices, incluyendo por supuesto la cultura regional yucateca.
La profunda devoción a la Guadalupana es la mejor muestra de este sincretismo indígena-español: una virgen con nombre español, pero piel morena, un culto mestizo, nacido en la Nueva España, un culto muy mexicano.
Hoy esa misma religiosidad comienza a tomar nuevas manifestaciones, como el culto a la Santa Muerte, surgido tal vez por la verticalidad a ultranza de las religiones tradicionales, en las que no siempre todos y todas tienen cabida.
¿La devoción a la Santa Muerte es acaso la antesala de un nuevo sincretismo a la mexicana? ¿Es de nuevo la fe mexicana que desborda el recipiente que pretende contenerla? Solo el tiempo podrá darnos una respuesta… tal vez.
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